sábado, 25 de agosto de 2012

Sin rumbo


Entraba a los túneles que aguardan miles y miles de desconocidos, aunque algunos digan lo contrario, ya que hacen descripciones de sus iguales, a saber de quien hablan realmente, introducía mi boleto para un viaje rutinario, al andar por el anden del metro, miraba a mi alrededor buscando alguna cara; cuando llego el metro y el timbre sonó, la gente se aventaba, se empujaba, para hacerse un lugar en su mundo.

Todos nos veíamos los unos a los otros, pensando cuan falsa puede ser la imagen que cargamos, yo observaba atentamente mi reflejo, donde mi rostro me había abandonado hace algún tiempo, mi mano en el bolsillo, tan extraña, tan perniciosa, advenía de lo que pudiera ser algo real. El timbre sonaba nuevamente pero ahora tras de mí, encontraba una salida y no era precisamente la que lleva a la inmortalidad.

Me encontraba danzando en un río de grasa, lodo y agua, me tomaba la sorpresa del brazo, temerosa por los monos vestidos de gente o la gente vestida de monos, aquellos se acercaban a las empresarias del amor, para facturar un amor verdadero, ahí sus cuerpos se hostigan, huyendo uno del otro, rumiando que tal vez para la siguiente ocasión el señor tempo se ponga en juego.

Llegaba a un edificio de color blanco, con barrotes oxidados, olía como suelen oler los sabios, el olor del muerto, al pararme en la entrada también lo hacia una rata, o ella creo ya estaba allí esperando desde hace un rato, no era una rata cualquiera, ésta no tenía pelo, sus ojos eran gris-azul, gorda y fétida, salieron corriendo dos barrenderos y la levantaron, creía que si me quedaba quieto también me barrerían, no tuve suerte.

Gire mi atención en algunos conejos que saltaban en lo que parecía el área de juegos de los barrotes oxidados, emitían un canto: calva y nada, calva y nada. Decidí seguir vagando por ahí, llegue al número 1980 de la calle unión, tenía un letrero curioso: mantenga la boca cerrada y deje que el silencio hable, entre, subí por unas escaleras, quede frente de una habitación, tenía una iluminación tenue, pase por favor, tome asiento, dijo un tipo que estaba escondido en su escritorio.

El humo del cigarrillo irritaba los ojos, sin embargo los sin cara no se preocupaban, ellos seguían en lo suyo, inhala, exhala, tosían esporádicamente, ahí conocí a Soledad, era tan simple, vacía, pero era llamativa como Nadia, relataba un poema de cierto poeta llamado Ander Tezcatl:

Inventando vehementes
Visiones,
Donde desnudo tu cuerpo,
Puedo idear tocar
La puerta y encontrarte
Un mejor lugar,
Que pueda adular,
Sin apagar la ciudad,
Y volverte a inventar
Un verso que te haga suspirar.

En lo personal odio a los poetas, creen ser testigos de sus castigos, según ellos formulan grandes cantos al amor, al odio, a la naturaleza, sin embargo no son los únicos que pueden recorrer lo recóndito de cada hueco de las letras que existen para nombrar lo no dicho, aparentan olvidar que el poeta es aquel que pasa del ser al no ser como dijo una mujer.

Además ¿quien se puede autonombrar poeta?, ¿será que se pueden diferenciar de ser poesía y hacer poesía?, ¿pueden dar cuenta de esto? Así como vagaba por las calles, vagaba en mis adentros, el sujeto que estaba escondido en su escritorio, me pidió que si quería seguir en el lugar, leyera un poema, Soledad planto su visión en la dirección en la que me encontraba, los sin cara estuvieron a punto de moverse.

Saque una hoja del bolsillo de mi pantalón, ¿era un poema el que estaba escrito en ésta?, era para Nadia, me paré y leí:

Nadia no es bella,
tampoco fea,
muchos hombres
indagan en ella,
algunos otros la niegan.

¿Nadia sonríe?
Nadia no llora
por una pérdida,
Nadia come nada
mientras aguarda
que vengan a verla.

Me detuve y salí por la puerta, ¿los muertos fuman?, pensé, regrese por donde había venido, escuche los pasos de alguien, tal vez era Soledad que me seguía, voltee y sólo estaba la rata calva de antes, malditos barrenderos no pueden hacer bien su trabajo. Seguí mis pisadas para borrar cualquier rastro de existencia, era una locura, reí, me hallé en el mismo vagón de antes, bueno todos son iguales.

Cuando bajé note que Soledad iba delante, sonreía, al pasar junto a ella grito: ¡Ander murió, Goethe murió y Dios existe!, la perplejidad me arrebato la voz, Soledad agregó: el sol tiene edad para dispararse en los montes de las sombras que gimotean, ¿Tus sombras gimotean?, tomé silencio para contestar, a usted que le interesa, Soledad sonrojo, pero si me platicas a diario, en el instante donde se extingue la luz, te arropo, te gustan mis ósculos intensos, me ruegas que no me vaya, ¿lo has relegado tan pronto?, ¡vieja loca!, a Soledad se le saltaron los ojos y me abofeteo.

Fui a sentarme al lado del árbol de la noche triste, los chicles pegados en él, era lo realmente triste, vine aquí para hacer nada, no hago nada y cuando pasa esto pienso en Nadia tiene a…..

Nadia apareció de la nada, al verla, sonreí, tiene algo, no es bella pero tampoco es fea, hay algo que quiere nacer en ella, Nadia rompió mi silencio y del árbol de la noche triste, ¿Cómo te fue en tu búsqueda?, me dijeron: queremos gente de acción, que conviva, alegre, amante de su trabajo, les dije que yo podía serlo, me iban a llamar.

Nadia soltó su lengua, la seguí en su desplegar por el piso, yo repetía: que cosas, imagine cuando fui a unas oficinas a pedir informes, la mujer que tenía un orgasmo con la voz que salía del teléfono, me miro, le habló a la voz- permíteme- lea este letrero por favor, el papel decía: solicitamos personas que quieran triunfar a costa de otros, me largue de allí.



Ricardo Castro Galván

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