Entraba
a los túneles que aguardan miles y miles de desconocidos, aunque
algunos digan lo contrario, ya que hacen descripciones de sus
iguales, a saber de quien hablan realmente, introducía mi boleto
para un viaje rutinario, al andar por el anden del metro, miraba a mi
alrededor buscando alguna cara; cuando llego el metro y el timbre
sonó, la gente se aventaba, se empujaba, para hacerse un lugar en su
mundo.
Todos
nos veíamos los unos a los otros, pensando cuan falsa puede ser la
imagen que cargamos, yo observaba atentamente mi reflejo, donde mi
rostro me había abandonado hace algún tiempo, mi mano en el
bolsillo, tan extraña, tan perniciosa, advenía de lo que pudiera
ser algo real. El timbre sonaba nuevamente pero ahora tras de mí,
encontraba una salida y no era precisamente la que lleva a la
inmortalidad.
Me
encontraba danzando en un río de grasa, lodo y agua, me tomaba la
sorpresa del brazo, temerosa por los monos vestidos de gente o la
gente vestida de monos, aquellos se acercaban a las empresarias del
amor, para facturar un amor verdadero, ahí sus cuerpos se hostigan,
huyendo uno del otro, rumiando que tal vez para la siguiente ocasión
el señor tempo se ponga en juego.
Llegaba
a un edificio de color blanco, con barrotes oxidados, olía como
suelen oler los sabios, el olor del muerto, al pararme en la entrada
también lo hacia una rata, o ella creo ya estaba allí esperando
desde hace un rato, no era una rata cualquiera, ésta no tenía pelo,
sus ojos eran gris-azul, gorda y fétida, salieron corriendo dos
barrenderos y la levantaron, creía que si me quedaba quieto también
me barrerían, no tuve suerte.
Gire
mi atención en algunos conejos que saltaban en lo que parecía el
área de juegos de los barrotes oxidados, emitían un canto: calva
y nada, calva y nada.
Decidí seguir vagando por ahí, llegue al número 1980 de la calle
unión, tenía un letrero curioso: mantenga
la boca cerrada y deje que el silencio hable,
entre, subí por unas escaleras, quede frente de una habitación,
tenía una iluminación tenue, pase por favor, tome asiento, dijo un
tipo que estaba escondido en su escritorio.
El
humo del cigarrillo irritaba los ojos, sin embargo los sin cara no se
preocupaban, ellos seguían en lo suyo, inhala, exhala, tosían
esporádicamente, ahí conocí a Soledad, era tan simple, vacía,
pero era llamativa como Nadia, relataba un poema de cierto poeta
llamado Ander Tezcatl:
Inventando
vehementes
Visiones,
Donde
desnudo tu cuerpo,
Puedo
idear tocar
La
puerta y encontrarte
Un
mejor lugar,
Que
pueda adular,
Sin
apagar la ciudad,
Y
volverte a inventar
Un
verso que te haga suspirar.
En
lo personal odio a los poetas, creen ser testigos de sus castigos,
según ellos formulan grandes cantos al amor, al odio, a la
naturaleza, sin embargo no son los únicos que pueden recorrer lo
recóndito de cada hueco de las letras que existen para nombrar lo no
dicho, aparentan olvidar que el poeta es aquel que pasa del ser al
no ser como dijo una mujer.
Además
¿quien se puede autonombrar poeta?, ¿será que se pueden
diferenciar de ser poesía y hacer poesía?, ¿pueden dar cuenta de
esto? Así como vagaba por las calles, vagaba en mis adentros, el
sujeto que estaba escondido en su escritorio, me pidió que si quería
seguir en el lugar, leyera un poema, Soledad planto su visión en la
dirección en la que me encontraba, los sin cara estuvieron a punto
de moverse.
Saque
una hoja del bolsillo de mi pantalón, ¿era un poema el que estaba
escrito en ésta?, era para Nadia, me paré y leí:
Nadia
no es bella,
tampoco
fea,
muchos
hombres
indagan
en ella,
algunos
otros la niegan.
¿Nadia
sonríe?
Nadia
no llora
por
una pérdida,
Nadia
come nada
mientras
aguarda
que
vengan a verla.
Me
detuve y salí por la puerta, ¿los muertos fuman?, pensé, regrese
por donde había venido, escuche los pasos de alguien, tal vez era
Soledad que me seguía, voltee y sólo estaba la rata calva de antes,
malditos barrenderos no pueden hacer bien su trabajo. Seguí mis
pisadas para borrar cualquier rastro de existencia, era una locura,
reí, me hallé en el mismo vagón de antes, bueno todos son iguales.
Cuando
bajé note que Soledad iba delante, sonreía, al pasar junto a ella
grito: ¡Ander murió,
Goethe murió y
Dios existe!, la
perplejidad me arrebato la voz, Soledad agregó: el
sol tiene edad para dispararse en los montes de las sombras que
gimotean, ¿Tus sombras
gimotean?, tomé silencio para contestar, a usted que le interesa,
Soledad sonrojo, pero si me platicas a diario, en el instante donde
se extingue la luz, te arropo, te gustan mis ósculos intensos, me
ruegas que no me vaya, ¿lo has relegado tan pronto?, ¡vieja loca!,
a Soledad se le saltaron los ojos y me abofeteo.
Fui
a sentarme al lado del árbol de la noche triste, los chicles pegados
en él, era lo realmente triste, vine aquí para hacer nada, no hago
nada y cuando pasa esto pienso en Nadia tiene a…..
Nadia
apareció de la nada, al verla, sonreí, tiene algo, no es bella pero
tampoco es fea, hay algo que quiere nacer en ella, Nadia rompió mi
silencio y del árbol de la noche triste, ¿Cómo te fue en tu
búsqueda?, me dijeron: queremos gente de acción, que conviva,
alegre, amante de su trabajo, les dije que yo podía serlo, me iban a
llamar.
Nadia
soltó su lengua, la seguí en su desplegar por el piso, yo repetía:
que cosas, imagine cuando fui a unas oficinas a pedir informes, la
mujer que tenía un orgasmo con la voz que salía del teléfono, me
miro, le habló a la voz- permíteme- lea este letrero por favor, el
papel decía: solicitamos personas que quieran triunfar a costa de
otros, me largue de allí.
Ricardo
Castro Galván
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